viernes, 15 de abril de 2011

!!¿¿PERO POR QUÉ NO CORRÉS LA PELOTITA??!! SI SERÁS...INÚTIL



El martes a la tarde fui a ver patinar a mi hija al club. Me senté, como siempre, a un costado de la pista de patín y me deleité con las alígeras niñas y sus movimientos al compás de la música. De pronto, algo interrumpió mi atención. Eran unos gritos masculinos que provenían de atrás mío. Me di vuelta y vi a unos padres alentando con un amplio repertorio de agravios a sus hijos (tendrían unos 10 años todos), que estaban jugando al fútbol en una canchita contigua. Me sentí como la protagonista de una película en la que de repente hay un flash-back y vuelve a su infancia; porque ese momento me resultó perturbadoramente  familiar. Recordé cuando jugué la final de un torneo de tenis con una chica que se llamaba Dolores Cortés, que era la mejor jugadora de mi categoría en el Club Naval. Por esa época, yo tendría más o menos la edad de esos chicos que estaban jugando al fútbol. En ese partido, desde el comienzo, mi papá me gritó en forma casi ininterrumpida, todo tipo de barbaridades: desde un “corré, mové las piernas!” hasta “no seas tarada”, “concentrate, por Dios!!!”, “¿Cómo podés perder esa pelotita!!!?”… Parecía un dragón lanzallamas con mirada de inminente asesino, MIEDO. El tenis es un deporte de mucha concentración, pero mi concentración no estaba dentro de la cancha sino perdida en ese señor que lo único que hacía era marcarme todos los errores incluso anticipándose a que ocurriesen.
Yo iba bien, el partido era muy parejo. El primer set fuimos a tie break, pero pudieron más las caras de mi viejo, sus gritos, mi furia, mi vergüenza y mi frustración; por lo que finalmente perdí. Ese fue sin dudas el momento más angustioso que recuerdo, pero como ese, tengo miles. A tal punto me hinchó las pelotas mi padre toda mi infancia, que de grande colgué la raqueta y no la pude usar por años.
Una lástima, porque realmente me gustaba y no era nada mala.

Mi padre era mi modelo, mi guía, quería tanto ser como él… porque para mi él nunca se equivocaba, era el más grande, el más justo, el más sabio (eso nos hacía creer él, por supuesto) Seguro, muchos se sentirán reflejados con estos pensamientos.  La experiencia me demostró que de grande uno desmitifica y hasta llega a querer despedazar a sus progenitores.
No quiero ser tan severa al evaluar cómo nos criaron a mi y a mis hermanos los míos.
Este y otros tantos recuerdos dolorosos, que tienen mucho de descontento y poco beneplácito, hoy son parte de mi pasado; ya no me afectan como entonces.
Lo que sí me preocupa es no repetir esa historia.
Un día me sorprendí a mi misma repitiendo (sin pensarlo) palabras filosas como las de mi padre, con mi propia hija. Me di cuenta del dolor de ella y recordé el mío.
Entonces estuve agradecida (por decirlo de alguna manera, vi el costado positivo) por haber vivido esos traumas de chica; porque los sufrí y aprendí qué tristeza causan en quien los recibe. Gracias a esa experiencia traumática me esfuerzo por no agraviar, al menos, a quien no lo merece.
Todos vivimos situaciones dolorosas que  nos pueden marcar el alma desde la niñez en mayor o  menor grado (no estamos hablando de los momentos felices, porque a esos sólo hay que disfrutarlos, no elaborarlos o superarlos); pero lo interesante es lo que uno aprenda de todo lo vivido. Escrito parece un cliché, pero si uno se detiene a ver la propia vida, como si de una película se tratara, entiende muchas cosas… y se puede encontrar sentido a todo lo malo, enmendarlo, repararlo y lo más importante: evitarlo.

Pienso en mi padre y sé que en un punto él también fue víctima de la dureza del suyo. 
Entonces lo comprendo y siento compasión por él, porque no pudo dar el salto y cambiar.
Al perdonarlo, abracé de nuevo la raqueta y comencé a vivir el tenis con placer. 
Tomar lo bueno de lo que nos transmitieron y evitar que se repita lo malo, ¿acaso no se trata de eso la evolución de la especie humana?

jueves, 14 de abril de 2011

SER PARTE DEL TODO



            El resplandor del sol en sus ojos le anunciaba que otra noche había pasado. Terminó de hacer su trabajo y se incorporó con esfuerzo, como si cargara sobre sus espaldas una  carga muy pesada. Le pesaba su propia existencia. “¿Cuánto me vas a cobrar por esto?”, le preguntó el hombre mientras se abrochaba los pantalones. “Lo que arreglamos”, respondió ella. Él le entregó la plata y ella la guardó en su bota de cuero roja, que le llegaba a las rodillas. “Muy bueno lo tuyo” dijo el cliente y ella salió del auto sin decir una palabra. Buscó su tapado, que estaba tirado al pie de un árbol cercano y luego de un intento frustrado por tapar su desnudez, emprendió la vuelta a su casa.
Sabía el camino de memoria. Las mismas calles, los mismos negocios, las mismas miradas… las mismas burlas, los mismos insultos. Ya falta poco, pensó.
Ese día sintió que el frío era intolerable, se estremeció dentro de su abrigo y trató de darse calor frotándose las manos. Entró a la farmacia que estaba a una cuadra de su casa y saludó al farmacéutico, quien la miró con intriga. Pidió una caja de hojitas para afeitar, la pagó y salió del lugar dando las gracias mientras guardaba el paquete en el bolsillo derecho del abrigo. Se sentía sucia y quería llegar a su casa a bañarse.
Sabía que la luz del día revelaba su masculinidad a pesar de los tacos, el maquillaje y las cirugías plásticas. “Si tan sólo hubiese nacido con un cuerpo de mujer”… pensaba. Hubiera sido abogada y una incansable luchadora por los derechos de los marginados, de aquellos que no tienen voz, de los “que existen, pero nadie los quiere ver”.
Recordó su primer día en la facultad, varios años atrás. Cuando el profesor tomó lista y dijo su nombre, ella respondió en voz baja. Todos esperaban que contestara un “Juan Cruz” y no ese “intento de mujer”, como la llamaron tantas veces. Sintió tal vergüenza al ver la reacción de algunos de sus compañeros, que en poco tiempo el aislamiento se acentuó hasta quitarle las ganas de concretar su sueño. No culpaba a la gente por reaccionar muchas veces mal ante lo diferente, “generalmente lo hacen por miedo o por simple ignorancia”, reflexionó.
Unos metros antes de llegar, vio a un linyera tirado sobre la vereda. Estaba acurrucado sobre varias capas de cartón y tapado por una roída manta sucia, muy sucia. El hombre la miró y en sus ojos había tanta desesperanza como en los de ella. Los dos lo sabían.
Ella lo comprendió en su tristeza, le extendió con ternura su mano y le dio algunos billetes. El hombre, agradecido, la miró con atención y dijo “Dios la bendiga, señorita”.
Ella reanudó su marcha, caminó unos pasos más y llegó a la puerta de su casa. Entró a su cuarto rosado y se desplomó en una cama repleta de muñecos de peluche que se fue regalando a sí misma a lo largo de tantos años de soledad. Miró fijamente el techo y  pensó en lo que iba a hacer. Primero se bañaría, se quitaría los tacos altos y todos los brillos que la adornaban. Luego, abriría la caja  con las hojitas para afeitar, agarraría una y se cortaría las venas hasta desangrarse.
            Dormitó unos minutos, o unas horas; el tiempo ya no le importaba. Se levantó y preparó la ducha. Se miró al espejo y sólo se reconoció en sus ojos, en la profundidad de su hastío. De pronto escuchó golpes y gritos que venían de afuera. Pensó que podrían ser sus vecinos, una familia hacinada que vivía al otro lado del pasillo. Eran cuatro o cinco personas que vivían en un mono ambiente con algunos chicos. El correr del agua le dificultaba escuchar la pelea y tampoco le interesaban demasiado los problemas ajenos; tenía que enfrentar los propios y no quería demorar más el fin. Limpió todo su cuerpo, acariciando por última vez su piel, como despidiéndose de su corporeidad. Cuando salió, se secó frente al espejo, apoyó la pequeña caja con las hojas de afeitar y la abrió. Al instante, escuchó que alguien golpeaba su puerta despacio, casi imperceptiblemente. Pensó que podrían ser nuevamente sus vecinos. Pero los golpes volvieron y sin lugar a dudas eran sobre su puerta. Se puso una bata y fue a ver quién podría ser tan inoportuno como para interrumpir el meticuloso ritual que venía elaborando hacía dos meses.
Del otro lado había una chiquita de unos seis años llorando. Estaba parada, inmóvil y tenía la cara empapada por las lágrimas. Ella le preguntó por sus padres y la niña respondió negativamente con su cabeza, luego dio un paso adelante y la abrazó temblando. La mujer pensó que podría postergar unos momentos su cita con la muerte y llevó a la niña a la cocina. Mientras le preparaba algo para comer, la joven visitante quedó hipnotizada con los muñecos que custodiaban la cama y empezó a jugar con ellos muy concentrada. Al cabo de un rato, la mujer decidió que era hora de llevarla con sus padres. Cuando llegaron a la puerta, abrió un hombre que tendría unos cuarenta años. Parecía ser el padre y se sorprendió al ver a la niña con una “extraña persona”. Dirigiéndose a la niña, dijo“¿y vos en dónde andabas? ¡entrá! La niña se aferró a la mano de su vecina y le susurró al oído: “Después de comer, todos los días me quedo sola… ¿Puedo ir a jugar con vos mañana?”. La mujer no supo qué contestarle y volvió a su departamento.
            Entró al baño y se miró al espejo nuevamente. Agarró la hojita que había separado y mientras la acercaba a su muñeca derecha pensó en aquel señor que le había dado la bendición así como también en la niña que necesitaba de su compañía… Respiró profundamente y sintió que un nuevo aire llenaba sus pulmones.
Se sintió parte de un todo.
Desvió el rumbo de la hojita, la acercó a su cara y se afeitó la incipiente barba.

Mercedes Moreno Uriburu

Premios Fundación Lebensohn 2008.
Por medio del presente tenemos el agrado de felicitar y presentar a los ganadores y menciones de la categoría cuentos breves de los Premios 2008 “Convivencia”, que han sido seleccionados entre más de 200 participantes. Agradecemos la participación de todos los concursantes por sus esfuerzos y confianza, esperando contar con su presencia en los próximos Premios.
 Cuentos breves.
 1° Premio – Pastel de pescado
Agustín María Palmeiro
 2° Premio – Los sedientos
Nicolás Augusto Loss
 1° Mención –Aullidos
Alejandro Cruz Tloupakis
 2° Mención –El talón de Ardiles
Sebastián Norberto Lalaurette
  Menciones de Honor
 Ser parte del todo
Mercedes Moreno Uriburu
 Como un cielo
Diego Marinelli
 M o H
María Raquel Pozzio



miércoles, 13 de abril de 2011

EL PODER DE LIMPIAR CEREBROS

Monumento a la estúpida

No hay nada peor en el mundo que volver a tu casa los viernes desde el microcentro. 
Después de una odisea repleta de todas las anécdotas del mundo arriba del bondi, el viernes a las 8 de la noche, llegué a mi casa.  
Piqué algo, porque prefería comer un pan duro con queso antes que agarrar una sartén y dármelas de cheff. No había energía para eso. Me tiré en la cama y me sumergí en el favorito de mis hábitos:
hacer zapping. Saltaba de un canal a otro: nada, nada, nada, más de nada… pero algo de repente llamó mi atención.  Era un acting bastante malo entre dos hermanas. Una era adolescente y la otra, más chiquita, tendría unos 10 años. Las dos estaban desesperadas porque, parecía ser que en el sweater de su mamá, había aparecido una mancha que no podían sacar!!! Sí, señores, era otra publicidad del famoso quitamanchas VANISH…No sé por qué, pero todos los comerciales de esa marca me atraen de una manera especial… ¿será que alimentan mi morbo? Debo confesarlo, el mal gusto (ajeno) muchas veces me atrae.
Sabía que iba a ser una pelotudez trágica, porque la seguidilla de spots anteriores de esta marca tenían un denominador común: para el creativo de esa campaña todas las mujeres somos estúpidas, porque no sabemos cómo limpiar una manchas pedorras de una remera o un sweatercito… y no tuvo mejor idea que recurrir a las famosas “Mujeres Vanish” que aparecen siempre en los lavaderos (lugares en los cuales las amas de casa parecieran pasar la mayor parte de sus vidas) como por arte de magia, sorprenden gratamente a las pobres “Desperate Housewives”y les enseñan a usar ese polvo maravilloso, porque ninguna sabe usarlo.
Prosigo con el cuento. Las hermanas estaban muy angustiadas porque la mancha no salía y una le dijo a la otra, en un grito desesperante y desesperado que no podré olvidar en mi vida: ¡¡¡“LAVALA OTRA VEZ”!!!! Cabe destacar que todo estaba, como de costumbre, terriblemente mal actuado y exagerado. 
En mi cabeza retumbaba esa fracesita (Non-Stop): ¡¡¡Lavala otra vez!!!!! TE-RRI-BLE.
Todo ese comercial deja bien en claro que desde chiquititas, las mujeres somos bastante básicas, histéricas y poco prácticas, porque necesitamos que alguien o algo nos ayude para resolver estupideces (¿¿cómo sacarían nuestras abuelas las manchas antes de la existencia de Vanish??).
Me dio una bronca…. Y pensé, por qué las mujeres estamos siempre representadas en la publicidad con ciertos estereotipos nefastos (paso a detallar los más notorios):
1) Meros objetos de seducción, belleza, placer (pensemos en cualquier spot de Axe y salta a la vista. Lo mismo pasa con todas las bebidas alcohólicas, perfumes, autos, en fin, fácil, en el 80% de la tanda publicitaria para el consumo. Los minones aparecen cual estupendos floreros que adornan los productos a vender; como si al comprar esa cosa le garantizara al consumidor que viene el minón incluido o que el minón va a venir como consecuencia de la posesión de ese producto).
2) Histéricas, insoportables, fastidiosas, controladoras, etc, etc: (me viene a la cabeza esa mujer densa y muy pesada que caga bien a pedos a su marido en la campaña del Banco de Galicia, es para matarla, en serio. O la simpática publicidad de Quilmes, en donde unos amigotes quieren probar cambiar a sus novias por ellos mismos para así estar más tiempo juntos, pero todo resulta una porquería porque esos amigos (que antes eran muy piolas) de pronto de vuelven controladores, celosos, posesivos por adoptar roles femeninos)
3) Criticonas y envidiosas (Cónclave en el dispenser de las galletitas Twistos, qué yararás, por favor!!!)
4) Terribles vagas, que buscan siempre hacerla fácil (porque buscamos soluciones mágicas para no fregar, como pasa en los comerciales de Mister Músculo, Cif y otros tantos miles de producto de limpieza o cuando venden productos congelados, pizzas, patitas, etc, nos facilitan la vida porque somos tan pero tan vagas que ni les cocinamos a nuestras queridas familias).
Para lo que sí somos buenas, aclaremos que estamos hablando de los roles femeninos en las publicidades, 
es para criar chicos, curarlos, cuidar a la familia, maridos, perros, etc; para eso sí servimos y 
nos dan mérito... o será que nos necesitan?
Si uno piensa que las publicidades se piensan para vender, quiere decir que los que compran los productos, comulgan con ese machismo. Y las mujeres (lo que es peor) también somos seducidas por estos mensajes y vamos como unas bobas a comprar ese producto que se burló en nuestras narices de nosotras. 
En ese momento, me atacó el pesimismo y pensé que todo era y es una GRAN CAGADA… 
también se me ocurrió otra cosa, puede ser que todo sea una gran conspiración muy bien pensada por los que hacen la papa (grandes machotes), para que a nosotras no se nos ocurra pasarles el paquete (los críos); porque eso sería "quitarnos la posibilidad de hacer lo que evidentemente hacemos mejor: Criar niños y cuidarlos a ellos" darles de comer, limpiar la casa, curarlos cuando están enfermos con un tecito VIC VAPORUB o frotándoles el pecho con expectorantes. 
Flor de piolas!!!!